sábado, 27 de febrero de 2010

Un sueño realizado

Siempre me da melancolía cada vez que termina un día de clases y mis amigos se apresuran a llegar a sus casas porque sus familias los esperan, quizás no con recibimientos fuera de lo normal, pero están al pendiente de su llegada, les llaman para saber si están cerca e incluso los esperan para cenar.

Yo no he podido disfrutar de algo así desde los diésiciete años, pues tuve que dejar a mi familia para estudiar en la Ciudad de México, y aunque mis papás me llaman con frecuencia y he hallado amigos que son como hermanos, nada sustituye al momento en que todos los miembros de la familia se reúnen y comentan las diversas experiencias que hayan tenido en el día hasta que deciden darse las buenas noches.

Pero esta semana fue diferente, mi papá estuvo en la ciudad. Aunque sólo lo pude ver dos veces en el tiempo que duró su estancia -vino en plan de trabajo, con una agenda muy apretada- fui profundamente feliz, sobre todo la noche del jueves.

Esa noche, terminar el día de clases fue completamente distinto, no tendría que ir a mi departamento, sino que iba a reunirme con mi papá. Mi viaje en metro duró más, no fui el primero de mis amigos en despedirse, sino que hasta tuve que hacer un transborde. Al salir del metro me topé con una calle oscura y llena de personas sospechosas, pero siempre mi papá me enviaba mensajes para saber si ya estaba cerca del hotel en el que se hospedaba.

Haciendo caso de las precauciones que mi mejor amigo me aconsejó tomar, caminé por una calle oscura que desconocía para encontrarme con mi papá, quien me esperaba alerta en la entrada del hotel. Después nos dispusimos a buscar algún restaurante que a esa hora de la noche –once y media- siguiera trabajando y afortunadamente llegamos a Reforma y encontramos un lugar agradable, donde disfrutamos de un rica cena y una interesante conversación.

Por supuesto que mi mamá nos hizo falta, pero se sumó a la plática por unos instantes a través del celular, así que puedo decir que viví un día como siempre lo quise, que concluyera con un reencuentro con mi familia, algo que seguramente tardará mucho en repetirse.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Soy Feliciano

Aprovechando la coyuntura del peculiar pase de lista de la pasada clase, he decidido contar la historia de mi segundo nombre, Feliciano, el cual utilizo con muy poca frecuencia y que hasta llego a considerar como ajeno a mi identidad.

Mi segundo nombre fue idea de mi papá, o más bien, imposición. La relación entre éste y mi abuelo fue muy estrecha y llena de enseñanzas de vida muy valiosas, por lo que es comprensible que tras su muerte quisiera darle su nombre a su primogénito, es decir yo.

Mi abuelo murió muchos antes de que yo naciera, nunca fue una imagen viva en mi mente, sólo me formé ideas de él gracias a los recuerdos de mi papá y el entusiasmo con que mi mamá me contaba de sus cualidades humanas. Gracias a esto logre despertar un sentimiento de cariño hacia mi abuelo y mucho de lo que me decían de él lo veía reflejado en la personalidad de mi papá.

No obstante, nadie se refirió a mí como Feliciano en los primeros 8 años de mi vida, para todas las personas era “Juanito”, lo cual impactó en la construcción de mi identidad, pues todo lo bueno o malo que hiciera eran acciones de un individuo llamado Juan, nunca de un Feliciano.

En tercero de primaria me cambié de colegio y la maestra al pasar lista me preguntó cual de mis dos nombres prefería, a lo que yo respondí sin dudarlo: Juan. Desafortunadamente, ella mostró poca voluntad por respetar de mi decisión y a partir de ese momento se refirió a mí como Feliciano, propiciando que todos mis compañeros hicieran lo mismo y causándome una gran incomodidad, simplemente no me sentía yo.

Estuve en ese colegio hasta concluir la secundaria y nunca volví a ser Juan ante la masa social, sólo quienes eran mis amigos cercanos me llamaban Juan, lo cual yo valoraba sobremanera. A llegar a la preparatoria me aseguré de ser conocido como Juan, y prácticamente hice todo por sepultar a Feliciano. Le imprimí de nuevo vida a Juan, haciéndo muchas cosas que las personas asociaran con ese nombre y afortunadamente todo salió bien, al estilo de “Sting” o “Madonna”, en la preparatoria fui “Juan”.

Al llegar a la universidad pude mantener con vida a Juan e incluso recuperé al “Juanito” de mi infancia, además de descubrir nuevas modalidades de parte de mis amigos como “Juanillo”, “Juanelo”, “Juancho” y “Juanchik”, ésta última creación de mi profesora de ruso. Asimismo, me di cuenta de que el ambiente universitario te exige un apellido, pues tienes que responsabilizarte por todo lo que hagas, pero afortunadamente todo se ordenó para poder ser hoy Juan Ascencio.

No me puedo deshacer de mi segundo nombre y ni quiero hacerlo, existe una razón muy bella para tenerlo; junto con el de Juan- nombre de mi papá- encierra una historia de superación, liderazgo y moralidad de la que quiero ser parte. Soy Juan, la persona a la que todos ustedes conocen, pero también soy Feliciano, un eslabón de una cadena de lucha y esfuerzo que me produce un gran orgullo.

jueves, 11 de febrero de 2010

Soren y Regina

Una de las historias de amor más bellas y al mismo tiempo tristes que he conocido es aquella protagonizada por el filósofo y teólogo danés Soren Kierkegaard y Regina Olsen, historia definida por la fidelidad que un hombre decidió mantener hacia Dios, conduciéndolo a elegir para su vida algo que para muchos podría parecer irracional.

Kierkegaard se enamoró de Regina al poco tiempo de conocerla, siendo ella una joven de catorce años de edad, y se acercó a ella para establecer una bella amistad hasta que se animó a cortejarla formalmente. Al mismo tiempo, se encargaba de estudiar profundamente teología y analizar el rol de la Iglesia y temas como el amor.

Tras dos años de cortejo, Kierkergaard dio un paso importante, proponiéndo matrimonio a Regina y pidiendo su mano a su padre, quien no hesitó en aprobar el compromiso, llenando de felicidad a los novios. A partir de este momento la vida de Kierkegaard tomó un giro distinto, pues su vida espiritual florecía significativamente, así como su faceta como un exitoso académico.

Un año entero casi de no verse tuvieron que aguantar los novios, pues Kierkegaard se concentró en sus estudios de teología y fiolosofía, conformándose con cartas que se enviaban cada miércoles. Kierkegaard comenzó a ser utilizado por Dios de gran manera y pronto se dio cuenta de que el compromiso con Regina distaba de convertirse en la consolidación de una parte importante del propósito de Dios para su vida.

Kierkergaard sabía que Dios quería hacer de él un siervo completo y dar bendición al pueblo a través de sus acciones, pero para alcanzar tal plenitud no podía mantener con vida un romance con alguien que no consideraba a Dios como una prioridad y que no iba a comprender los procesos por lo que él pasaría. Por tal motivo, a casi un año de establecido el compromiso, Kierkergaard le puso fin, causando una profunda tristeza a Regina y a él mismo, quien confesó después haber llorado durante varias noches por ella.

Kierkegaard tuvo que tomar una decisión muy importante, lo cual no pudo haber sido sencillo, no obstante eligió ser fiel a Dios y consolidarse como un discípulo maduro y de gran bendición para su generación. Seguramente muchas veces llegó a entristecerse por Regina, pero logró hallar fuerza en Dios y establecerlo como su amor más importante, que fue el tesoro más grande que pudo hallar como hombre.

Indudablemente seguir a Dios nos coloca en situaciones en las que hay que hacer elecciones dolorosas, pero debemos confiar en que Dios toma nuestro dolor y lo transforma en un profundo gozo, y tener siempre presente que nada podrá superar la plenitud que únicamente se forja con las manos de nuestro creador.

martes, 9 de febrero de 2010

The MAN I want to be


Hoy quiero encontrarme con ella y conquistarla con una sonrisa
Tomarla de la mano y admirar su belleza.
Hoy quiero ser valiente y tener fuerza,
Quiero defenderla y dejar que me enamore.

Hoy quiero ser un matador y derrotar en mí lo malo,
Dedicar a ella un triunfo y resistir el dolor.
Hoy quiero que mi pasión la trastorne,
Convertirme para ella en todos los hombres.

Hoy quiero darle la mano a mi pueblo,
Regalarle justicia y un mañana de dignidad.
Hoy quiero ser la voz del oprimido y sufrir con él,
Quiero ser amigo de la esperanza y hermano del abandonado.

Hoy quiero que el poder me permita ser humano,
para poder amar al injusto y regalarle perdón.
Hoy quiero abrazar con el alma a la paz,
Y mantenerla en mi pecho hasta la muerte.

Hoy quiero que el amor me transforme,
Ser un discípulo y una roca para el necesitado.
Hoy quiero ser un hijo amado y fiel,
Ser tomado en sus brazos y mirar su rostro.

Hoy soy gracias a ti,
Y mañana también quiero serlo.

Texto inspirado en las obras de todos los hombres que me motivan a ser mejor día con día: Cary Grant, James Bond (el personaje), Cayetano Rivera Ordoñez, Leonardo DiCaprio, Lázaro Cárdenas, Martin Luther King, Franklin D. Roosevelt, Dag Hammarshold, Apóstol Pedro y Jesús.