Se cumplen tres meses desde que un golpe de Estado depusiera al presidente hondureño Manuel Zelaya y la situación en su país se torna más crítica. El régimen de facto de Roberto Micheletti no da señales de querer una solución pronta, más bien, ha dejado en claro que se pisoteará a la democracia en defensa de los intereses de quienes lo respaldan y que está dispuesto a llevar su aventura golpista hasta las últimas consecuencias.
Este evento ha tenido eco en toda América Latina, lo cual no es de extrañar, pues nuestro continente conoce muy bien la tragedia que va de la mano a los golpes militares, y por tal razón, algunos presidentes de la región han realizado gestiones por una solución pacífica y que no transgreda la democracia, ya que de lo contraria se estaría sembrando un oscuro precedente dentro de la llamada era de la democracia en la región.
Han sido Luis Ignacio Da Silva y Cristina Fernández los más proactivos respecto a la crisis hondureña, aprovechando su posición para impulsar una solución apropiada en cualquier espacio que tienen al alcance, y han llegado hasta ser víctimas de las acciones de los golpistas –el hostigamiento a sus embajadas en Tegucigalpa- dada su fuerte participación. En particular, la manera en que Brasil se ha inmiscuido en el asunto debería llamar la atención de México, lo suficiente como para despojarse de su bajo perfil ante el problema.
Las gestiones brasileñas a favor de Zelaya son parte del nuevo proyecto de liderazgo regional del llamado “gigante del sur”, el cual cobró fuerza con el segundo periodo presidencial de Da Silva y que se puede ver en sus acuerdos armamentistas con Francia, en la institucionalización de la enseñanza del español en la educación pública, en su protagonismo en el Mercosur, en su actuación en la UNASUR y en sus intentos por conseguir un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Al parecer, Brasil ha entendido bien el juego de la globalización y quiere pertenecer al reducido grupo de países que se beneficien de él, y para lograrlo, naturalmente, necesita de América Latina.
Por otra parte, México permanece en la sombra, siendo fiel a Estados Unidos y anhelando ingresar a su club de amigos –que incluye al Reino Unido, Francia, Alemania y Japón; provoca ternura ver como nuestro país espera el gran día en que su vecino del norte deje de verlo como un amigo incómodo y se de la oportunidad de construir una amista sincera. Desde que llegó el partido azul al poder, México quiso posicionarse como un miembro completo de América del Norte, llegando a cometer errores muy costosos en la búsqueda de satisfacer ese objetivo.
La crisis hondureña llega como una oportunidad para que México se reincorpore a los asuntos de América Latina, para que vuelva a hacer el hermano mayor de Centroamérica y pueda recuperar lo que se ha perdido en conflictos con Cuba, Venezuela y Argentina. Desafortunadamente, nuestro país ha hecho poco, todo se reduce a declaraciones y ruptura de relaciones, y faltan las acciones funcionales. Si el gobierno de Felipe Calderón tuviera visión, la embajada en donde ahorita estuviera refugiado Zelaya sería la mexicana, y quien hubiera tenido la iniciativa de llevar este asunto al Consejo de Seguridad hubiera sido nuestra canciller, pues ni siquiera porque se es miembro de dicho órgano se hizo algo.
Esta apatía en la política exterior responde a la marcada situación de entrega que el PAN ha forjado respecto a Estados Unidos. Son dos sexenios ya en los que se le ha apostado todo a la alianza norteamericana que tan poco ha beneficiado a México, pero que nuestros gobernantes se empeñan en mantener con vida, arriesgándose incluso a traicionar posiciones tradicionales del país respecto a los asuntos internacionales.
El gobierno de Obama no ha explotado su poder para solucionar el conflicto hondureño, su actuación se puede calificar de mediocre, pues es bien sabido que podría ejercer una presión fulminante y efectiva contra de Micheletti. Entonces, si el amo no tiene la iniciativa de luchar, ¿por qué habría de tenerla el subordinado?, México decidió que su política exterior se diseñara con base en las necesidades de la alianza norteamericana, y en estos momentos no hay un incentivo para que México tome un rol más activo en cuanto a Honduras.
Norteamerica (claramente lidereada por Estados Unidos) simplemente quiere no verse mal ante el mundo permitiendo que se desarrolle una nueva dictadura y por tal motivo declara por todas partes que está de lado de la democracia, pero realmente no le interesa el devolverle el poder a alguien que no encaja en Centroamérica debido a su incursión al ALBA, a sus políticas pro-Chávez y por su discurso retador al imperialismo estadounidense.
Los Estados Unidos están dejando claro que sólo ellos se pueden permitirse el ser pragmáticos; si un país con grandes dificultades económicas decide mirar al sur para auto-ayudarse, está cometiendo un error imperdonable, pues sólo le corresponde pedir ayuda a su amo del norte, mientras que ellos si pueden predicar la defensa a los Derechos Humanos en Sudán y en China y quedarse callados respecto a Irak y Cuba.
México no es un pequeño país centroamericano que los Estados Unidos puedan controlar sin el mayor esfuerzo, sólo bastaría un gobierno visionario y responsable con sus ciudadanos para que la situación de vasallazgo en la que se encuentra hundido el país se revierta y se pueda recuperar una libertad política y económica que puedan contribuir a la satisfacción de las necesidades de todos los mexicanos.
Este evento ha tenido eco en toda América Latina, lo cual no es de extrañar, pues nuestro continente conoce muy bien la tragedia que va de la mano a los golpes militares, y por tal razón, algunos presidentes de la región han realizado gestiones por una solución pacífica y que no transgreda la democracia, ya que de lo contraria se estaría sembrando un oscuro precedente dentro de la llamada era de la democracia en la región.
Han sido Luis Ignacio Da Silva y Cristina Fernández los más proactivos respecto a la crisis hondureña, aprovechando su posición para impulsar una solución apropiada en cualquier espacio que tienen al alcance, y han llegado hasta ser víctimas de las acciones de los golpistas –el hostigamiento a sus embajadas en Tegucigalpa- dada su fuerte participación. En particular, la manera en que Brasil se ha inmiscuido en el asunto debería llamar la atención de México, lo suficiente como para despojarse de su bajo perfil ante el problema.
Las gestiones brasileñas a favor de Zelaya son parte del nuevo proyecto de liderazgo regional del llamado “gigante del sur”, el cual cobró fuerza con el segundo periodo presidencial de Da Silva y que se puede ver en sus acuerdos armamentistas con Francia, en la institucionalización de la enseñanza del español en la educación pública, en su protagonismo en el Mercosur, en su actuación en la UNASUR y en sus intentos por conseguir un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Al parecer, Brasil ha entendido bien el juego de la globalización y quiere pertenecer al reducido grupo de países que se beneficien de él, y para lograrlo, naturalmente, necesita de América Latina.
Por otra parte, México permanece en la sombra, siendo fiel a Estados Unidos y anhelando ingresar a su club de amigos –que incluye al Reino Unido, Francia, Alemania y Japón; provoca ternura ver como nuestro país espera el gran día en que su vecino del norte deje de verlo como un amigo incómodo y se de la oportunidad de construir una amista sincera. Desde que llegó el partido azul al poder, México quiso posicionarse como un miembro completo de América del Norte, llegando a cometer errores muy costosos en la búsqueda de satisfacer ese objetivo.
La crisis hondureña llega como una oportunidad para que México se reincorpore a los asuntos de América Latina, para que vuelva a hacer el hermano mayor de Centroamérica y pueda recuperar lo que se ha perdido en conflictos con Cuba, Venezuela y Argentina. Desafortunadamente, nuestro país ha hecho poco, todo se reduce a declaraciones y ruptura de relaciones, y faltan las acciones funcionales. Si el gobierno de Felipe Calderón tuviera visión, la embajada en donde ahorita estuviera refugiado Zelaya sería la mexicana, y quien hubiera tenido la iniciativa de llevar este asunto al Consejo de Seguridad hubiera sido nuestra canciller, pues ni siquiera porque se es miembro de dicho órgano se hizo algo.
Esta apatía en la política exterior responde a la marcada situación de entrega que el PAN ha forjado respecto a Estados Unidos. Son dos sexenios ya en los que se le ha apostado todo a la alianza norteamericana que tan poco ha beneficiado a México, pero que nuestros gobernantes se empeñan en mantener con vida, arriesgándose incluso a traicionar posiciones tradicionales del país respecto a los asuntos internacionales.
El gobierno de Obama no ha explotado su poder para solucionar el conflicto hondureño, su actuación se puede calificar de mediocre, pues es bien sabido que podría ejercer una presión fulminante y efectiva contra de Micheletti. Entonces, si el amo no tiene la iniciativa de luchar, ¿por qué habría de tenerla el subordinado?, México decidió que su política exterior se diseñara con base en las necesidades de la alianza norteamericana, y en estos momentos no hay un incentivo para que México tome un rol más activo en cuanto a Honduras.
Norteamerica (claramente lidereada por Estados Unidos) simplemente quiere no verse mal ante el mundo permitiendo que se desarrolle una nueva dictadura y por tal motivo declara por todas partes que está de lado de la democracia, pero realmente no le interesa el devolverle el poder a alguien que no encaja en Centroamérica debido a su incursión al ALBA, a sus políticas pro-Chávez y por su discurso retador al imperialismo estadounidense.
Los Estados Unidos están dejando claro que sólo ellos se pueden permitirse el ser pragmáticos; si un país con grandes dificultades económicas decide mirar al sur para auto-ayudarse, está cometiendo un error imperdonable, pues sólo le corresponde pedir ayuda a su amo del norte, mientras que ellos si pueden predicar la defensa a los Derechos Humanos en Sudán y en China y quedarse callados respecto a Irak y Cuba.
México no es un pequeño país centroamericano que los Estados Unidos puedan controlar sin el mayor esfuerzo, sólo bastaría un gobierno visionario y responsable con sus ciudadanos para que la situación de vasallazgo en la que se encuentra hundido el país se revierta y se pueda recuperar una libertad política y económica que puedan contribuir a la satisfacción de las necesidades de todos los mexicanos.