En las pasadas vacaciones de semana santa asistí al campamento juvenil que mi iglesia organizó, la experiencia fue genial en todos los sentidos, pero un detalle en apariencia insignificante llamó mi atención todo el tiempo. El pastor organizador nos entregó el programa de actividades y la lista de canciones a utilizar durante los servicios. Una de esas canciones tenía el título de “Dulce Refugio”; jamás la había escuchado y como no sabía como cantarla, me centré en leer la letra y cantar con voz baja mientras seguía a los demás.
Aunque me gustó la letra de la canción, no me sentía identificado con ella. Otras personas creyentes que conozco dicen constantemente que Dios es su refugio, y aunque siempre he estado de acuerdo con ello e incluso podía llegar a recomendarle a alguien “refugiarse” en Dios, yo no había vivido esa experiencia de manera clara.
En el campamento realicé todas las actividades de manera normal, pero no sacaba de mi mente esa canción, me había atraído mucho, aunque ninguna de mis experiencias con Dios me hacía pensar en él como un “refugio”. Pasaron los días y en algunas ocasiones me acordaba de la canción, pero nunca le di mayor importancia, para mi Dios era un amigo, un padre, un maestro, etc., pero eso que la canción clamaba.
En recientes fechas me he sentido muy ansioso por algunas cuestiones nuevas con las que estoy lidiando; me desespero, no sé que hacer, me entristezco, y quiero siempre resolverlo todo, tener todo bajo control, ser autosuficiente. Desde el viernes mi nivel de estrés se elevó; aunque sabía que podía contar con Dios para salir adelante, decidí ignorarlo y centrarme en la cuestión de “cómo iba yo” a resolver los asuntos. Hoy me sentía particularmente ansioso, incapaz de controlar las circunstancias; no pude resistir y acepté mi necesidad de refugiarme, decidí acudir al refugio que tan hermosamente se describía en la canción del campamento.
Hoy descubrí una nueva faceta de Dios, hoy pude vivir la experiencia de refugiarme en él, y estoy profundamente feliz. Obviamente una experiencia tan bella no se puede capturar en un texto, la empatía que éste puede despertar es mínima. El refugiarse en Dios es algo que debe ser vivido, es una experiencia que va mucho más allá del consuelo pasajero o un control de la ansiedad; yo creo que se trata de ver la esperanza, de tener un encuentro con ella.
Cuando vuelva a escuchar la canción de “Dulce Refugio” podré recordar este día, tendré una historia que asociar, y si bien no se ha convertido en una de mis favoritas, considero que contiene una gran verdad. Que feliz me hace cada nueva experiencia con Dios.
Aunque me gustó la letra de la canción, no me sentía identificado con ella. Otras personas creyentes que conozco dicen constantemente que Dios es su refugio, y aunque siempre he estado de acuerdo con ello e incluso podía llegar a recomendarle a alguien “refugiarse” en Dios, yo no había vivido esa experiencia de manera clara.
En el campamento realicé todas las actividades de manera normal, pero no sacaba de mi mente esa canción, me había atraído mucho, aunque ninguna de mis experiencias con Dios me hacía pensar en él como un “refugio”. Pasaron los días y en algunas ocasiones me acordaba de la canción, pero nunca le di mayor importancia, para mi Dios era un amigo, un padre, un maestro, etc., pero eso que la canción clamaba.
En recientes fechas me he sentido muy ansioso por algunas cuestiones nuevas con las que estoy lidiando; me desespero, no sé que hacer, me entristezco, y quiero siempre resolverlo todo, tener todo bajo control, ser autosuficiente. Desde el viernes mi nivel de estrés se elevó; aunque sabía que podía contar con Dios para salir adelante, decidí ignorarlo y centrarme en la cuestión de “cómo iba yo” a resolver los asuntos. Hoy me sentía particularmente ansioso, incapaz de controlar las circunstancias; no pude resistir y acepté mi necesidad de refugiarme, decidí acudir al refugio que tan hermosamente se describía en la canción del campamento.
Hoy descubrí una nueva faceta de Dios, hoy pude vivir la experiencia de refugiarme en él, y estoy profundamente feliz. Obviamente una experiencia tan bella no se puede capturar en un texto, la empatía que éste puede despertar es mínima. El refugiarse en Dios es algo que debe ser vivido, es una experiencia que va mucho más allá del consuelo pasajero o un control de la ansiedad; yo creo que se trata de ver la esperanza, de tener un encuentro con ella.
Cuando vuelva a escuchar la canción de “Dulce Refugio” podré recordar este día, tendré una historia que asociar, y si bien no se ha convertido en una de mis favoritas, considero que contiene una gran verdad. Que feliz me hace cada nueva experiencia con Dios.